Madrid. 18/01/2016
Ahora que el invierno empieza a ponerse serio quizá haya tenido que aumentar la temperatura de su calefacción para notar sensación de confort en su vivienda. Esto se debe a la ubicación y la orientación de la vivienda, que condicionarán sus horas de sol en alguna de las fachadas del inmueble, si es exterior, y por tanto, también el calor añadido a la temperatura fijada en el termostato de su calefacción. Pero también a otra serie de factores que condicionan que ese calor se extienda más rápidamente o se mantenga en la estancia, como es la envolvente térmica del edificio o una buena instalación de la carpintería.
Estos y otros factores son los que se pretenden medir con la aprobación de la ley de eficiencia energética, la principal norma europea para la consecución de los objetivos de reducción del consumo energético y que afecta, entre otros, a la edificación. A pesar de que la certificación energética de edificios está en vigor desde el 1 de junio de 2013, todavía no ha logrado el alcance, implantación y la concienciación deseadas. No son pocos los anuncios de venta o alquiler de vivienda en los que no consta la certificación energética o se encuentra “en trámites”. Porque sí, el certificado energético es obligatorio y aporta una información muy útil para el particular interesado en adquirir o arrendar una vivienda.
De hecho, los propietarios que comercialicen sus casas sin esta etiqueta pueden ser sancionados con multas que van desde los 300 euros a los 600 euros en el caso de las infracciones leves, de los 601 a los 1.000 euros en el de las graves y de los 1.001 a los 6.000 euros para las muy graves.
El certificado energético
Se trata de un informe que elabora un técnico cualificado mediante el análisis de las características de la vivienda. Tanto de las instalaciones energéticas como la calefacción, el agua caliente o el aire acondicionado, como de las características de la envolvente del edificio, que es “la piel” que mantiene ese calor o ese frío en el interior del edificio.
Este informe evalúa todas estas características en términos de gasto energético, de modo que aporta información muy útil sobre cuánto cuesta mantener esa vivienda en situaciones de confort, es decir, en la temperatura óptima según la época del año. Si la vivienda está mal aislada necesitará más horas y potencia de calefacción para lograr una temperatura óptima durante los meses más fríos del año.
Este certificado evalúa las condiciones de la vivienda o del edificio y determina la categoría en una escala de la A a la G, siendo la A el nivel más deseable, que correspondería a una vivienda de emisiones cero, y G, el nivel de menor eficiencia energética.
Además, el técnico cualificado aporta información objetiva sobre las características energéticas y recomendaciones para la mejora de esos niveles óptimos o rentables de la eficiencia energética del edificio o de una parte de éste, de forma que se pueda valorar y comparar la eficiencia energética de los edificios.
A partir de 2019, los edificios de viviendas deberán, en función de su antigüedad, contar con un Informe de Evaluación del edificio. Este documento incluirá también el certificado de eficiencia energética del edificio, válido para todas las viviendas y locales que integran el inmueble. No obstante, es muy probable que aquellos inmuebles que hayan sido sometidos a reformas y que dispongan de mejoras en el aislamiento prefieran optar por una evaluación individual que le dará mayor categoría y, por tanto, mayor atractivo para su comercialización.
La realidad
La realidad del certificado energético es que, como decíamos antes, a pesar de su obligatoriedad no ha logrado el alcance ni la implantación deseadas. Ni, sobretodo, concienciación sobre su utilidad. Se trata de una evaluación que no conlleva ninguna obligación de mejora sobre las condiciones de la vivienda por lo que es meramente informativo. Y desde el punto de vista del ciudadano, se ha percibido casi como un nuevo impuesto ya que conlleva el gasto de la contratación de un técnico cualificado.
Según un informe de 2015 del Ministerio de Industria, ocho de cada diez edificios obtienen una calificación energética de D y G en consumo y emisiones. Algo que no sorprende al tener en cuenta que muchas de esas viviendas evaluadas son antiguas y construidas antes del nuevo código técnico de edificación. Pero sí supone una sorpresa al evaluar nueva construcción. De más de 13.000 edificios analizados, un 42% logra una calificación E o inferior y sólo un 33% logra el aprobado con la categoría D.
Los expertos consideran fundamental concienciar sobre la importancia del certificado energético y la necesidad de promover mejoras energéticas en las viviendas y edificios. Y es que la diferencia no es menor. Vivir en una vivienda de unos 100 metros cuadrados en Madrid de categoría A o de categoría G puede suponer una diferencia de más de 2.000 euros en gasto energético anual.
Fuente: Certicalia